De pronto Daniel sujetó su brazo y empezó a correr bajo la lluvia que, tan intensamente como caía, los empapó en cuestión de segundos.
El frío calaba, inevitablemente, a través de la ropa empapada, haciéndolos temblar y abrazarse a si mismos tratando de buscar en sus brazos un poco de calor.
—Maldita sea, creo que ha sido mala idea —farfulló él, resguardándose bajo un toldo fijo.
—No vivo muy lejos de aquí, Daniel—empezó, tuteándole, olvidando que ese tipo era su jefe— vamos, quédate conmigo hasta que amaine…
Él no dijo nada, la miró fijamente a través del cristal del escaparate y de pronto empezó a correr, esta vez tan deprisa que ella con los zapatos de tacón no fue capaz de alcanzarle.
Cuando Vivian llegó a casa se quitó la ropa empapada en la entrada y corrió a la ducha para entrar en calor, y después del relajante y cálido baño se metió en la cama, pensando qué le habría pasado a Daniel para que se marchase de esa forma, como si de repente hubiera habido un grave contratiempo y no hubiese podido siquiera mirar atrás.
Fragmento de Una cenicienta en la oficina de Pilar Parralejo
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Volverían a verse, segurísimo jajaja