¿Y yo qué soy?, pregunté mientras cruzábamos el pantalán situado al final del muelle, donde los pescadores se pasaban el día entero de pie con sus cañas de pescar antiguas.
¿Tú?, dijo. Y se quedó mirando el agua. Humm. Una selva tropical.
¿Una selva tropical? ¿Y eso qué quiere decir?
Que eres exuberante.
¿Necesito lluvia?
Muchísima lluvia.
¿Y eso es bueno?
No es ni bueno ni malo. ¿Una selva es buena o mala?, dijo.
¿Y tú qué eres?
Se encogió de hombros. Yo voy cambiando, dijo. Como la isla principal de Hawai.
¿Eres Hawai?
La isla principal tiene siete climas distintos. Tú también puedes ser Hawai si quieres.
¿Eres una selva tropical?, pregunté.
Creo que no.
¿Un desierto?
A veces, dijo.
¿Un volcán?
De vez en cuando, sí. Y se rió.
Fragmento de La insólita amargura del pastel de limón, de Aimee Bender