—Pregunte por Antonia Seoane, es mi madre. Dígale que le envía Yolanda. Y le deseo suerte, mi madre es una negociadora difícil.
Él se echó a reír y la miró con los ojos condescendientes de un tiburón de la abogacía, acostumbrado a comerse de aperitivo a más de un rival.
—Y yo picapleitos, no lo olvide. Me gustan los retos.
A Yolanda le hizo gracia el adjetivo de andar por casa; muestra de ausencia de vanidad que decía mucho a su favor. Se dijeron adiós; él quedó a la espera del ascensor mientras ella salía a la calle rebuscando el móvil en el bolso. Sintió la ya habitual punzada dolorosa en el pecho cuando comprobó, una vez más, que Patrick continuaba sin responder a sus mensajes ni devolverle las llamadas.
Caminó hacia el Parterre pidiéndole al destino que las cosas cambiaran para mejor o acabaría desquiciada de atar. Y entonces recordó al simpático y atractivo abogado, un madurito interesante habría dicho Violette. En ese mismo momento debía estar hablando con su madre. Una locura fugaz cruzó por su cabeza. ¿Y por qué no? Parecía caído del cielo justo en la puerta de su queridísima mamá.
Yolanda miró hacia las nubes, con los dedos cruzados. Más que pedir, le ordenó a Cupido que hiciera bien su trabajo y disparara con puntería de campeón.
Fragmento de Regálame Paris, de Ardey Olivia