El efecto de un relámpago caído en el pararrayos

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El efecto de un relámpago caído en el pararrayos

El efecto de un relámpago caído en el pararrayos

Un día, tras intentar explicar su ausencia del ordenador durante dos años -«tal vez porque te sentía con menos intensidad»-, soltó una frase envenenada: «Sólo quiero acariciar tus cabellos con la yema de mis dedos».
Tuvo el efecto de un relámpago caído en el pararrayos destartalado de la masía del Ampurdán una noche de tormenta. Sin solución de continuidad, le dije enseguida la verdad pura y simple: en aquel momento, mi único miedo era desaparecer sin haber tenido la ocasión de contemplarla, por lo menos un instante, con los ojos cerrados mientras dormía. Esta vez el sueño estaba directamente conectado con la amígdala que enviaba señales incesantes para activar los flujos hormonales y los latidos cardíacos. Fue el estallido de un amor hasta entonces apacible, al que no hacía ascos el contagio inminente de un delirio.

 

Fragmento de El viaje al amor, de Eduardo Punset

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