Su madre estaba sentada frente a él y también se reía. Aquello debió de ocurrir un mes antes de desaparecer ella. Fueron unos momentos de reconciliación en que Winston no sentía aquel hambre imperiosa y le había vuelto temporalmente el cariño por su madre. Recordaba bien aquel día, un día húmedo de lluvia continua. El agua chorreaba monótona por los cristales de las ventanas y la luz del interior era demasiado débil para leer. El aburrimiento de los dos niños en la triste habitación era insoportable. Winston gimoteaba, pedía inútilmente que le dieran de comer, recorría la habitación revolviéndolo todo y dando patadas hasta que los vecinos tuvieron que protestar. Mientras, su hermanita lloraba sin parar. Al final le dijo su madre: «Sé bueno y te compraré un juguete. Sí, un juguete precioso que te gustará mucho». Y había salido a pesar de la lluvia para ir a unos almacenes que estaban abiertos a esa hora y volvió con una caja de cartón conteniendo el juego llamado «De las serpientes y las escaleras».
Fragmento de 1984, de George Orwell