Si lo que producía aquel traqueteo en el salpicadero era algo serio, podría acabar quedándose tirada en la cuneta, acurrucada en el coche oyendo los aullidos y el azote de la tormenta e imaginando jinetes sin cabeza mientras aguardaba la llegada de una grúa que no podía permitirse pagar.
Obviamente, la solución era no quedarse tirada.
Le dio la impresión de vislumbrar destellos luminosos a través de la lluvia y los árboles, pero sus limpiaparabrisas se movían a la máxima velocidad y aun así apenas podían retirar con eficacia aquel diluvio interminable.
Cuando un nuevo relámpago alumbró el cielo, Malory agarró con más fuerza el volante. Como a cualquiera, le gustaba una buena tempestad, pero deseaba disfrutar de ella en un lugar cubierto, el que fuese, mientras se tomaba una reconfortante copa de vino.
Fragmento de La llave de la luz, de Nora Roberts