—¿Y no le duele a tu potrilla no poder verte con tanta frecuencia?
—No —dijo el león sin dudarlo—. Lo tengo todo controlado. He quedado con la potrilla en que no nos vamos a complicar la vida. Sólo nos vemos para reír, para jugar al pilla pilla y para escribir poemas cuando todos están bebiendo el agua de la laguna y no pueden vernos.
—Pero, ¿y cuando no haya agua en la laguna? ¿Qué pasará cuando haya sequía?
Me miró impaciente, como si le estuviese hablando de menudencias y pequeñeces, cosas de pájaro descerebrado.
—Buscaremos alguna otra excusa, o esperaremos con paciencia a que llegue la temporada de lluvias —aseguró agitando su crin al viento. Ah, era un león verdaderamente magnífico, impresionante—. O tal vez podamos vernos, muy de cuando en cuando, en los bambúes, cuando la bandada haya regresado al norte. Ves, eso no lo había pensado… —añadió animándose. Y me guiñó un ojo—. Aunque habré de advertirle a la potrilla que tenga cuidado de que no la siga algún pájaro metomentodo —añadió con una mirada que pretendía ser severa, pero donde brillaban chispas de cariño.
Fragmento de El león jardinero, de Elsa Punset.